sábado, 6 de marzo de 2010
Con mis sentimientos un día decidí apostar. A la primera a la que le ofrecí jugar, fué a la Felicidad, que se estaba riendo sola de su propia risa. Le dije que podría sonreir por siempre, si no lo logro, nunca volveré a ser feliz. Luego vino Envidia, a preguntarme porqué no le ofrecí jugar a ella primero. Le dije que lo lamentaba, y que aceptara mi apuesta: Nunca envidiaria a nadie, por más perfecta que la encontrara. Si no lo cumplia, nunca volveria a ser feliz conmigo misma. Envidia llamo a la Tristeza, que vino medio mareada por su sobredosis de antidepresivos, le prometí no llorar más que por felicidad, y si perdía nunca podría parar de lamentar. Más tarde me encontré a Paz, haciendo yoga en el balcon de un bar, ella no estaba tan interesada, pero el reto la tentaba. Le propuse hacer las pases conmigo misma, desde ahora y para siempre. Sino, nunca podría volver a sentir tranquilidad. En ese momento estaba pasando la Gula, con un kilo de helado en la mano. A la cual le prometí nunca pecar por tentaciones. Y si no lo lograba, pecaría todos los días. A la noche en una fiesta, me encontre al Cansancio, durmiendo en un rincon. Le aposte siempre tener energía. Si no me salia, viviría cansada de la vida. En eso ví a Cobardía temiendo tomar un vaso de Vodka, le aposté siempre ser valiente. No importa cuando, ni donde, ni porqué; Yo siempre sería valiente. Y si no lo lograba, le temería hasta a la muerte. Así fuí apostandole a cada uno de mis sentimientos, uno por uno. Pensando que podría ganar. Lastima que perdí.